Roma intentó borrar el legado de los etruscos

Roma no borró a los etruscos con violencia directa, pero sí intentó diluir su legado bajo el relato de una grandeza exclusivamente romana. Lo que hubo no fue un olvido espontáneo, sino un silenciamiento calculado y una apropiación cultural que convirtió a los antiguos maestros en sombras dentro de la historia oficial. Aun así, las huellas etruscas permanecen visibles en la Roma eterna.

Sarcófago etrusco en terracota con figura reclinada y relieves en los laterales, símbolo del arte funerario etrusco. Imagen generada con IA.

Los etruscos, los primeros maestros de Roma

Entre los siglos VIII y V a. C., los etruscos dominaron gran parte de Italia central. Su influencia sobre Roma fue profunda: desde la organización política hasta la religión, pasando por la ingeniería urbana. Los primeros reyes de tradición etrusca —Tarquinio Prisco y Tarquinio el Soberbio; Servio Tulio, de filiación debatida— fueron fundamentales en la transformación de la ciudad de un poblado más a una urbe organizada con templos, cloacas y murallas.

Desde la conquista de Veii en 396 a. C., pasando por el sometimiento de las ciudades etruscas entre 310 y 283 a. C., hasta la concesión de la ciudadanía en 90–89 a. C. y las últimas pervivencias rituales en el siglo I d. C., el mundo etrusco fue absorbido progresivamente por Roma.

El silenciamiento de una herencia

Tras la caída de la monarquía y el nacimiento de la República en el 509 a. C., Roma comenzó a construir un relato oficial en el que los etruscos eran presentados como tiranos o como un pueblo decadente. Las crónicas de Tito Livio y otros historiadores latinos moldearon una memoria selectiva: los reyes etruscos pasaron a ser villanos que justificaban el orgullo republicano.

La lengua etrusca, por ejemplo, retrocedió de forma sostenida en favor del latín. Aunque no hubo una prohibición formal, la presión política y cultural de Roma la empujó al olvido. Aun así, sobrevivió en ámbitos rituales hasta inicios del Imperio, y el propio emperador Claudio llegó a estudiarla y a escribir una obra, Tyrrhenika, hoy perdida.

Detalle de un fresco etrusco con músicos tocando la flauta y la lira durante una escena festiva.
Músicos en fresco etrusco, Tarquinia – World History Encyclopedia (CC BY-SA 4.0)

Lo etrusco que Roma adoptó

El legado etrusco no desapareció realmente, sino que se disolvió dentro de lo romano. Numerosos símbolos de poder y prácticas cívicas procedían de Etruria:

  • La toga praetexta y la silla curul, emblemas de magistrados.
  • Los lictores y las fasces, adoptados como símbolos de autoridad.
  • La haruspicina y la Etrusca disciplina, base de la adivinación pública.
  • El arco y las cloacas, claves de la ingeniería romana.
  • El modelo de templo con podio elevado y frontalidad marcada.

Roma raramente reconoció estas raíces. Prefería narrar su grandeza como fruto de su propio genio o, en todo caso, de su contacto con el mundo griego.

Una memoria borrada, pero imborrable

Roma no llevó a cabo una campaña de exterminio cultural al estilo de la damnatio memoriae, pero sí aplicó una estrategia de absorción y silenciamiento. El resultado fue que la identidad etrusca quedó diluida, reducida a un pasado casi invisible en las fuentes oficiales. Aun así, la arqueología y la filología modernas han devuelto a los etruscos el lugar que la Roma imperial y republicana les negó: el de verdaderos fundadores ocultos de gran parte de su civilización.


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Nota: La primera imagen de este artículo fue generada mediante inteligencia artificial con fines ilustrativos.