Alfonso X el Sabio: más allá del poder, un legado inmortal

Alfonso X (1221–1284, rey de Castilla y León desde 1252) es recordado menos por sus victorias y más por su ambición intelectual. Aspiró a la corona del Sacro Imperio y acabó, paradójicamente, inventando una monarquía nueva: legisladora, políglota y científica. Entre crisis internas y guerras, gestó un legado que todavía respiramos en la lengua, el derecho, la música y la astronomía.

Retrato pictórico de Alfonso X el Sabio sentado en un trono, con corona dorada, manto rojo y un gran libro abierto sobre sus manos.

Un príncipe con ambición imperial

Hijo de Fernando III y de Beatriz de Suabia, Alfonso X heredó no solo un reino ampliado por la reconquista, sino también un apellido que lo conectaba con los Hohenstaufen. En 1257 logró ser elegido por parte de los príncipes alemanes como Rey de Romanos, rivalizando con Ricardo de Cornualles. Aquella carrera —cara, diplomática y a menudo estéril— drenó recursos y alianzas. En 1273 la elección de Rodolfo de Habsburgo puso punto y aparte al sueño imperial. La frustración, sin embargo, abrió otra puerta: la de la cultura como proyecto de Estado.

La fábrica del saber: un scriptorium al servicio de una idea

Más que la mítica “escuela” única, Alfonso articuló un scriptorium real que coordinó traductores y compiladores cristianos, judíos y musulmanes, especialmente en Toledo, Sevilla y Murcia. La estrategia fue tan simple como revolucionaria: hacer del castellano una lengua de conocimiento. Así nacieron la Estoria de España y la General estoria, proyectos que unían la historia de Hispania con una narración universal. Esta última quedó inconclusa, pero revela la ambición de escribir una historia total. La corte se convirtió en taller: se traducían del árabe y del hebreo al romance y al latín; se glosaban autoridades; se ordenaban saberes.

El castellano como herramienta de gobierno

A partir de Alfonso, el castellano entra en la cancillería y asciende al rango de lengua culta. No es un gesto estético: es política lingüística. Unifica expedientes, acerca el derecho a concejos y ciudades, consolida una identidad documental que sobrevivirá siglos. No es casual que muchas de sus obras —historia, ciencia, derecho— se conciban en romance.

Leyes para un país que aún no existía

Las Siete Partidas fueron el intento más ambicioso de ordenar un mosaico jurídico disperso. No era solo un código: su prosa razonada explica, jerarquiza, enseña. De la teología a la familia, del proceso a las penas, proyectó una idea de comunidad política y de justicia que traspasó la Edad Media. Su influjo se extendió por la Monarquía Hispánica y sobrevivió en buena parte de América hasta el siglo XIX. La codificación moderna las relegó, pero no borró su huella: muchas nociones pasaron a los nuevos códigos.

Música y devoción: las Cantigas de Santa María

La corte alfonsí produjo más de cuatrocientas cantigas en galaico-portugués con notación musical. Son poemas cantados a María, pero también un laboratorio sonoro de la época: ritmos, relatos de milagros, escenas cortesanas y urbanas. Visualmente, los manuscritos son una crónica en miniatura de oficios, instrumentos y gestos, y constituyen además una fuente esencial para conocer la música medieval europea.

Ciencia y estrellas: de Toledo al mundo

Bajo su patrocinio se compilaron las Tablas alfonsíes, un conjunto de datos astronómicos que permitían calcular posiciones planetarias y eclipses. Redactadas para el meridiano de Toledo y difundidas en versión latina desde el siglo XIV, se convirtieron en herramienta europea durante siglos y nutrieron la formación de astrónomos hasta el tiempo de Copérnico. Más allá de la precisión, lo decisivo fue el método: observar, traducir, calcular y ponerlo por escrito en lengua de todos.

Escultura en piedra de Alfonso X el Sabio sentado con corona, libro y cetro, en la entrada de la Biblioteca Nacional de España.
Estatua de Alfonso X el Sabio. BNE. Madrid – © @eduestellez

El precio de la sabiduría: crisis, sucesión y guerra civil

El reinado fue también una senda cuesta arriba. La invasión benimerí (1275), la muerte del heredero Fernando de la Cerda y la discusión sucesoria entre los derechos de los infantes de la Cerda (sus nietos) y la pretensión de su hijo Sancho desembocaron en la revuelta de 1282. Parte del reino proclamó a Sancho en vida del rey; Alfonso resistió desde Sevilla hasta su muerte en 1284. La posteridad juzgó con matices: mal político para unos, creador de leyes y cultura para otros.

La posteridad de Alfonso X

Tras su muerte, la memoria del Sabio siguió viva en crónicas, copias de las Partidas y en la tradición humanista que lo reivindicó como modelo de rey culto. Sus cantigas se siguieron cantando en monasterios, sus leyes se aplicaron en América y sus tablas astronómicas viajaron por Europa. La posteridad construyó así un Alfonso que sobrevivió mucho más allá de su reinado.

Por qué sigue importando

Porque su legado no se limita a lo que escribió, sino a cómo lo escribió: mediante una red de traductores y saberes, en varias lenguas y en diálogo de tradiciones. Su reinado demuestra que la cultura puede ser un proyecto de Estado incluso en tiempos de fractura. Y que la política, cuando fracasa, a veces deja fundaciones más duraderas que una victoria. Alfonso X murió sin poder efectivo, pero siglos después su voz sigue sonando en leyes, libros y canciones. Ese fue su verdadero trono.


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