La Mezquita de Córdoba es un libro de piedra y luz. Entre todas sus páginas, el mihrab es la que más deslumbra: un espacio mínimo y, a la vez, monumental, donde arte, poder y espiritualidad se funden para conducir la mirada hacia lo sagrado.

Qué estás viendo (y por qué fascina)
El mihrab cordobés, erigido en el siglo X bajo Al-Hakam II, no es una hornacina cualquiera. Es una cámara octogonal cubierta por una venera y precedida por un arco revestido de mosaicos. Delante de él, en la maqsura, se despliegan tres cúpulas de nervios entrecruzados con decoración dorada que multiplican la luz. En conjunto, la palabra coránica, el oro y la geometría guían al creyente hacia lo sagrado.
De oratorio a manifiesto califal
Su programa decorativo fue pensado para proclamar la grandeza del califato omeya de Córdoba. La elección del oro, la caligrafía monumental y la riqueza de materiales no solo cumplían una función litúrgica, sino que también enviaban un mensaje político: Córdoba competía en prestigio con Damasco o Bagdad.


Mosaicos de oro: técnica, color y ritmo
Bajo el arco de entrada, el ojo se topa con un abanico de mosaicos bizantinos. No es pintura: son teselas de vidrio con lámina de oro, aplicadas una a una por maestros enviados desde Bizancio, con materiales regalados por el emperador como muestra diplomática. De ahí ese brillo casi líquido. La paleta combina azules profundos, rojos, negros y verdes que, al alternarse con el dorado, crean un ritmo visual que empuja hacia el interior. Los motivos vegetales —hojas, tallos, palmetas— evocan el jardín del Paraíso, una metáfora clásica del arte islámico.
Caligrafía cúfica: la arquitectura de la palabra
En los frisos superiores, la caligrafía cúfica despliega versículos coránicos. Sus líneas rectas y angulares funcionan como auténtica arquitectura textual: marcan el límite del espacio, encuadran el arco y ordenan la lectura. La palabra revelada se integra en el edificio y lo convierte, literalmente, en texto sagrado.
La cámara del mihrab: geometría que acoge
A diferencia de otros oratorios, este mihrab es una estancia accesible, pequeña pero solemne. El perímetro octogonal simboliza la transición del cuadrado terrenal al círculo celestial. En sus paños aparecen arcos ciegos trilobulados y un zócalo de mármol con inscripción cúfica que menciona a Al-Hakam II y la fecha 965. La piedra tallada —yeserías, lacerías y atauriques— envuelve el interior con un dibujo continuo que sugiere infinito.

La cúpula sobre el mihrab: luz que cae como oro
En la maqsura, tres bóvedas nervadas generan estrellas geométricas que parecen abanicos abiertos. La luz entra por pequeños vanos, rebota en los dorados y despierta los volúmenes. El resultado es una escenografía luminosa: el visitante levanta la vista y, por un instante, la piedra parece volverse ingrávida.
Claves de lectura para tu visita
Si te acercas al arco, observa las teselas de oro y descubrirás cómo cambian de tono a medida que te mueves. Después, sigue con la mirada la caligrafía que rodea el conjunto: su friso guía de lo visible hacia lo íntimo. Finalmente, levanta la vista hacia las cúpulas de la maqsura: allí el espacio se ordena y culmina en un efecto casi musical, como si la piedra se convirtiera en sonido.
Lo que cuenta este motivo
El motivo del mihrab de Córdoba combina técnica depurada (mosaico de tradición bizantina), programa iconográfico (atauriques, geometría, epigrafía) y arquitectura simbólica (cámara-umbral y cúpula-cielo). Todo ello convierte un rincón de oración en dispositivo de significado: una puerta hacia lo divino y un estandarte del poder califal.

Hoy la Mezquita de Córdoba es también la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, tras su consagración cristiana en el siglo XIII. Esa convivencia de memorias convierte al edificio en un monumento único: mezquita y catedral al mismo tiempo, un espacio donde cada visitante viaja a la vez al esplendor de Al-Ándalus y a la historia viva de la ciudad.