Alfonso VIII y Plasencia: la ciudad que inventó para ganar la frontera

Plasencia no nació sola: fue un proyecto político. En 1186, Alfonso VIII de Castilla decidió clavar una pica en la línea del Tajo y diseñar una ciudad de nueva planta —con fuero y obispado— para asegurar la frontera, atraer población y disputar el pulso estratégico a almohades y leoneses. El privilegio fundacional que formaliza la ciudad lleva fecha 8 de marzo de 1189 (Era Hispánica 1227, el sistema de cómputo medieval usado entonces), que consolidó jurídicamente aquella decisión. Ut placeat Deo et hominibus no era solo un lema: era un programa.

Retrato de un rey medieval con corona y capa, sosteniendo un pergamino y señalando hacia el horizonte, representación simbólica de Alfonso VIII en actitud fundacional.

Un rey joven con una frontera por ordenar

Alfonso VIII llegó al trono siendo niño y creció en un reino desgarrado por facciones nobiliarias. Con el tiempo, transformó esa debilidad en plan: consolidar la línea del Tajo con plazas fuertes y concejos de realengo que dependieran directamente de la Corona. El valle del Jerte, puerta natural entre la Meseta y Extremadura, era ideal para levantar una ciudad de nueva planta que fijara la presencia castellana y organizara la repoblación.

Escudo de Plasencia con torre central flanqueada por dos árboles y el lema latino “Ut placeat Deo et hominibus”.

Fundar para ganar: Plasencia (1186)

Antes de la intervención real, en la zona existía una fortaleza musulmana con asentamiento anejo, vinculada al topónimo Ambroz, que servía de puesto defensivo en el valle. Alfonso VIII aprovechó ese enclave, lo conquistó y lo transformó en una ciudad planificada, con trazado urbano, fuero y jurisdicción propia.

La operación combinó tres piezas que explican su éxito:

  • Ubicación estratégica: control visual del valle, paso de rutas ganaderas y comerciales, y nexo entre Castilla, León y el sur peninsular.
  • Marco jurídico atractivo: fuero propio con garantías para colonos, exenciones y reglas claras para justicia, fiscalidad y gobierno concejil (municipal).
  • Identidad política: el lema Ut placeat Deo et hominibus (“Para agradar a Dios y a los hombres”) selló el proyecto urbano y la voluntad real de presentar a Plasencia como ciudad ejemplar.
Palacio Episcopal en el casco histórico de Plasencia iluminado de noche.
Palacio Episcopal de Plasencia iluminado de noche – © @eduestellez

Un lema y un fuero para atraer pobladores

El fuero y la protección directa del rey llamaron a pobladores cristianos, que convivieron con judíos y musulmanes en los primeros años, trazando una ciudad viva y comercial. Pronto se impulsaron murallas, puertas y un recinto defensivo acorde a su papel de plaza fuerte. En el plano eclesiástico, la Corona remató la apuesta con la erección del obispado de Plasencia por Clemente III (1189), pieza clave para ordenar el territorio y reducir interferencias externas.

Golpe y reacción: Alarcos (1195), la pérdida y la recuperación

El plan sufrió su mayor crisis tras la derrota de Alarcos (1195): los almohades aprovecharon y tomaron Plasencia. La ciudad volvió al poder de Alfonso VIII entre 1196 y 1197, y el monarca ordenó acelerar las obras de las murallas, concluidas en torno a 1201, según la tradición documental. La experiencia dejó una certeza: sin ciudades sólidas y bien defendidas, la frontera era un hilo demasiado frágil.

Plasencia en la estrategia de Alfonso VIII

Plasencia no fue un caso aislado, sino un eslabón de una política de ciudades-concejo que ya se había visto en Cuenca (1177) y en otras plazas del sur del Tajo. Frente al poder de grandes linajes y órdenes militares, el rey afianzó el realengo y apoyó concejos con capacidad fiscal y militar. En ese ecosistema, Plasencia funcionó como cabecera: impulsó mercado, articuló señoríos menores, proyectó caminos y sirvió de base para expediciones hacia el sur.

Más que un bastión: cultura, Iglesia y diplomacia

El reinado de Alfonso VIII miró a Europa —no solo por su matrimonio con Leonor Plantagenet, que trajo a la corte castellana corrientes culturales anglonormandas y aquitanas—, también por su inversión en educación y derecho. En paralelo a estas fundaciones, impulsó iniciativas en otros puntos de su reino, como el Studium Generale de Palencia (c. 1208–1212), que, junto a la redacción de fueros avanzados, muestran su visión de la ciudad y la enseñanza como laboratorios institucionales. Plasencia, con obispado propio desde 1189, simboliza esa alianza entre Corona y diócesis para vertebrar territorio, poblar y recaudar.

Vista panorámica de la catedral de Plasencia, destacando su arquitectura gótica y renacentista sobre el caserío urbano.
Vista panorámica de la Catedral de Plasencia – © @eduestellez

Por qué importa hoy

Plasencia es un ejemplo claro de urbanismo político medieval: una ciudad creada ex profeso para cambiar el equilibrio de fuerzas en la frontera. Su fundación muestra que la Reconquista no fue solo una sucesión de batallas, sino también un proyecto de ingeniería institucional —fueros, obispados, concejos— donde la ciudad es protagonista. En Plasencia vemos la estrategia de Alfonso VIII hecha ciudad: un rey que comprendió que la Reconquista se libraba tanto en los campos de batalla como en los planos urbanos.


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