El Hayedo de Otzarreta es uno de esos lugares que parecen escaparse de los mapas. Y cuando se le observa sin color, solo en blanco, negro y matices de sombra, revela una verdad más profunda. No es un bosque para pasear: es un bosque que se deja habitar por quien sabe mirar. Las imágenes que acompañan este artículo no buscan retratarlo, sino presentirlo. Es el bosque sin maquillaje, sin niebla, sin artificio. El bosque como es. El bosque que fue. El bosque que quizás aún sueña.

Un bosque detenido en su propio tiempo
En el corazón del Parque Natural del Gorbeia, el Hayedo de Otzarreta se alza como un escenario silente donde el tiempo parece haberse congelado. Retratarlo en blanco y negro es despojarlo de su piel para mostrar el alma: una coreografía de ramas retorcidas, cortezas abiertas y raíces desnudas que murmuran antiguas historias.
Ese día de finales de invierno, el bosque no ofrecía su cara más amable. Sin el abrigo de las hojas ni el calor dorado del otoño, Otzarreta se mostraba con crudeza. Las ramas, desnudas y secas, se alzaban como lamentos. La tierra, empapada y oscura, exhalaba un aliento frío. Faltaba la niebla, ese velo que tantas veces envuelve el hayedo en un aura sobrenatural. Pero incluso sin ella, algo misterioso se insinuaba entre los troncos: una quietud que no era simple silencio, sino espera.
El hechizo de los contrastes
Sin el color, los troncos cobran una presencia férrea, casi escultórica. Las hayas podadas a la manera tradicional, con sus brazos alzados como preguntas sin respuesta, adquieren en blanco y negro una fuerza espectral. El suelo, tapizado de hojas secas y surcado por arroyos humildes, se convierte en un mapa de sombras y texturas.
La luz, pálida y escasa, recortaba volúmenes como si cada árbol emergiera de un sueño mineral. Las sombras no eran oscuridad, sino memoria. Cada grieta en la corteza, cada nodo en las ramas, parecía un jeroglífico de otro tiempo. En ausencia de color, el bosque susurra su verdad más íntima, sin adornos, sin intermediarios.



Una danza de formas y silencios
Cada fotografía es un gesto contenido, una pausa en la respiración del bosque. El agua, al pasar junto a las raíces, dibuja líneas suaves que contrastan con la aspereza de los troncos. Esta mirada monocroma no busca impresionar, sino detenernos. Hacer que veamos lo que el color a menudo oculta: la estructura, el gesto, el secreto.
Hay un momento en que el lente ya no intenta capturar, sino comprender. Cada encuadre era una negociación con lo invisible. En algunos árboles creía ver rostros, en otros, gestos de despedida. Nada parecía al azar, y todo era, sin duda, misterio. Incluso sin la niebla, el bosque susurraba secretos que solo la cámara paciente podía oír.
Raíces que buscan, ramas que claman
En Otzarreta, los árboles no crecen como en otros hayedos. Aquí parecen querer hablar. Sus formas, tan extrañas como familiares, recuerdan a criaturas mitológicas o a ancianos que extienden las manos hacia el cielo. En blanco y negro, esa intención se acentúa. No son árboles, sino presencias. No hay hojas, pero sí voz.
Las raíces al aire parecen manos que tantean lo profundo, lo no dicho. Las ramas, podadas y retorcidas, no claman por luz sino por sentido. Es un bosque que no busca complacer, sino confrontar. Y ese día gris, de tierra húmeda y cielo cerrado, el bosque no era un paisaje: era un oráculo.
Lo esencial no se ve, se presiente
Captar Otzarreta en blanco y negro no consiste en reproducirlo, sino en permitir que nos alcance. Las imágenes que surgen no lo muestran: lo traducen. Son fragmentos de un sueño húmedo, de una memoria vegetal que se resiste al olvido. En este claroscuro emocional, el espectador no solo observa: entra, se detiene, respira.
Cada imagen nace del asombro y del respeto. Es una grieta por donde se cuela algo primitivo, ajeno a las estaciones y a las rutas turísticas. Sólo queda el misterio, la presencia y ese instante detenido donde el bosque se revela sin disfraces. La niebla no acudió esa mañana, pero el hechizo permaneció intacto.

Preguntas frecuentes
¿Dónde está ubicado el Hayedo de Otzarreta?
En el Parque Natural del Gorbeia, entre las provincias de Álava y Bizkaia, en el País Vasco.
¿Por qué son tan peculiares sus árboles?
Porque han sido podados tradicionalmente para obtener leña, lo que les da ese porte de ramas alzadas y troncos gruesos.
¿Cuál es la mejor época para visitarlo?
El otoño es el momento más popular por el colorido, pero en blanco y negro, el invierno revela su esencia más pura.
¿Se necesita equipo especial para fotografiarlo en blanco y negro?
No, pero es importante entender la luz y los contrastes. También se recomienda un buen trípode para poder alargar las exposiciones sin trepidaciones.
¿Está permitido acceder libremente al hayedo?
Sí, aunque es un espacio protegido, por lo que se recomienda el respeto absoluto por el entorno.